HISTORIA
HISTORIA
La historia no es nunca una sucesión de hechos inapelables y sistemáticos. Sir Michael Howard sostiene convincentemente que el ataque de Hitler a Francia y a Gran Bretaña en 1940 fue, en muchos sentidos, una extensión de la Primera Guerra Mundial. Gerhard Weinberg dice también que la contienda que empezó en Europa con la invasión de Polonia en 1939 fue el primer paso de Hitler para conseguir el Lebensraum, esto es, un «espacio vital», en el este. Ni que decir tiene que está en lo cierto, pero las revoluciones y confictos internos que estallaron entre 1917 y 1939 introducen diversos factores que complican el panorama. Por ejemplo, muchos historiadores de izquierda creen que la Guerra Civil Española marcó el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, mientras que la derecha afrma que representó el primer enfrentamiento de una Tercera Guerra Mundial entre el comunismo y la «civilización occidental». Del mismo modo, los historiadores occidentales suelen pasar por alto el enfrentamiento chino-japonés de 1937-1945 y la manera en la que este quedó incluido en el marco de una ofensiva internacional. Por otro lado, en cambio, diversos historiadores asiáticos sostienen que la Segunda Guerra Mundial comenzó en 1931 con la invasión de Manchuria por parte de los japoneses. Podemos dar vueltas y vueltas alrededor de todos estos argumentos, pero lo cierto es que la Segunda Guerra Mundial fue claramente una amalgama de confictos. En su mayoría fueron confictos entre naciones, pero la oposición entre la izquierda y la derecha de muchos países también infuyó en ellos e incluso fue su factor principal. Por lo tanto, resulta primordial que, en retrospectiva, observemos algunas de las circunstancias que desencadenaron la contienda más cruel y destructora que haya conocido la humanidad. 8 9 En junio de 1944, un joven soldado «alemán» se rindió a los paracaidistas que llegaron a Normandía en el desembarco aliado. Al principio, por sus rasgos, creyeron que se trataba de un soldado japonés, pero el joven era en realidad coreano. Se llamaba Yang Kyoungjong. En 1938, cuando Yang tenía dieciocho años, fue reclutado a la fuerza por los japoneses para su ejército del Kwantung, en Manchuria. Un año después, tras la batalla de Khalkhin-Gol, fue capturado por el Ejército Rojo y enviado a un campo de trabajo. En 1942, las autoridades militares soviéticas, necesitadas de todo el personal que pudieran encontrar, lo reclutaron, junto con miles de otros jóvenes, para sus fuerzas armadas. A principios de 1943 fue hecho prisionero por el ejército alemán en la batalla de Kharkov, en Ucrania. En 1944, ahora vistiendo el uniforme alemán, fue enviado a Francia para luchar en un Ostbataillon que debía reforzar el Muro Atlántico en la base de la península de Cotentin. Tras su paso por un campo de prisioneros británico, emigró a los Estados Unidos donde nunca reveló su pasado. Murió en Illinois en 1992. En una guerra que costó la vida de más de sesenta millones de personas y que se había extendido por todo el globo terrestre, Yang, este veterano involuntario de los ejércitos japonés, soviético y alemán, fue relativamente afortunado. Su historia ilustra, sin embargo, la indefensión de la gente común ante fuerzas históricas apabullantes. La Segunda Guerra Mundial no fue un conficto aislado. Fue una combinación de confictos entre las naciones, pero también una guerra civil internacional entre izquierdas y derechas, entre dictaduras y democracias.
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